Historia Superficial de la Arquitectura. Escrito.
Aquella mañana se desvelaría el misterio que se encontraba bajo aquella sábana. La tela custiodaba el fresco y la inscripción que proclamaba al nuevo rey, uno de los hijos de Hagia.
Bajo la pintura, presidida por sus tres valientes hijos, cazadores y navegantes, y sus tres esposas se podía leer: “No le busquéis a él. Buscad sus actos. No busquéis a Renon, buscad su escalinata”.
Todo el mundo aseguraba que Renón, criado del rey Hagia, habría sido el mejor Rey del Imperio Cretense sino hubiera aparecido ahorcado con la sábana que custiodaba el lienzo y su inscripción, donde se podía leer:
“Los cobardes sólo sabemos servir a un rey, nunca a un pueblo”. lib

postal superficial: Lisboa.
Aquí siempre se camina mirando al pavimento, o cuesta arriba, o cuesta abajo. Es curioso que sea una de las ciudades con uno de los pavimentos peores del mundo. Lisboa llora, pero no te hace llorar. Te gusta recorrerla de la misma forma que te gusta consolar a alguien. Porque Lisboa llora sonriendo, ojos tristes, sonrisa inteligente. Paseas, lentamente, frenado por la humedad de las calles. Calles sucias que huelen a limpio, dónde solo amanece o atardece, dónde todo el mundo es mayor, es muy mayor, hasta las adolescentes. Lisboa es demasiado mayor para cambiar, te da cariño y te sonríe aunque no sea feliz. Amo Lisboa porque cuando estoy aquí es como si estuviera en casa de mi abuela, estoy bien, estoy tranquilo, estoy feliz… L.I.B. Enero 2008

Costa Nova.
Es mi sitio favorito de Portugal porque no existe. No da al mar, ni da a la ría. No hay colores, hay niebla, no hay texturas, hay contrastes deslumbrados y deslumbrantes. No sé cual es su escala, no sé cómo son sus habitantes, no sé a qué huelen sus calles, ni si es agradable o no pasear por ella. No sé si es divertida o aburrida, si es una ciudad costera o de interior, no sé nada de nada de Costa Nova…¡qué ciudad tan maravillosa!.
Aveiro.Hay agua en sus canales, hay agua en sus rías, hay agua en su mar, hay agua en su lluvia. Aveiro te moja y te agua la vida.
Sintra.No sé si las arcadas fueron debidas a la sinuosidad de las curvas de la carretera de acceso, o a esa tan particular belleza irracional. L.I.B. Enero 2008

postal superficial: Oporto.
Hay ciudades, como hay mujeres, que te atraen físicamente, pero que te caen mal. Oporto me cae mal. Me siento a gusto porque es bella , de la misma forma que te sientes a gusto cuando haces reir a una tia buena, bienestar únicamente mantenido por la esperanza de que en algún momento la distancia entre ambos desaparezca. Yo, aquí, de momento, mantengo las distancias, y ya es la tercera vez que la s.oporto, y volveré, porque me sigue atrayendo… L.I.B. Enero 2008

postal superficial: La Habana.Cuba.
Ciudad de los “casis”. Casi auténtica inmersa en su simulacro visitado, casi verdadera inmersa en una eterna mentira, casi comunista inmersa en su capitalismo varadero, casi inocente inmersa en su mafia interesada. Casi alegre en su genética, casi triste en su alegría figurada, casi espontánea en su ritmo instintivo, casi rayada en su música institucionalizada. Mulatas casi auténticas, casi verdaderas, casi comunistas, casi inocentes, casi alegres, casi tristes, casi espontáneas, casi rayadas (casi negras, casi blancas, casi negras, casi blancas )…L.I.B. Julio 2007

postal superficial: Berlín.Alemania.
De noche es una incisión, una herida que sangra, y una sangre que alimenta a toda persona vampirizada de nuevas emociones. De día es una cicatriz, una pequeña señal que anula cualquier intento de identidad. De noche es una ciudad de artistas. De día es una ciudad de ingenieros. De noche es cálida, coloreada, multicultural, provocativa, reflexiva, lista. De día es fría, gris, encorbatada, previsible, ejecutiva, inteligente. Por la noche la lengua alemana se dulcifica, la ciudad tomada por los medios de transporte pasa a estar tomada por el peatón, llenando los enormes espacios vacíos, dotándola de una escala más humana, los gestos civilizados, educados, automáticos de los alemanes se tornan espontáneos, la sonrisa congelada se vuelve risa por el futuro,llanto por el pasado… L.I.B. Septiembre 2007

postal superficial: Goteborg.Suecia.
Las langostas suecas no ven ni oyen mucho, pero si tienen un sentido del tacto exquisito, facilitado por cientos de miles de pelitos diminutos que les sobresalen a través del caparazón. La langosta sueca, aunque encerrada en lo que parece una armadura sólida e impenetrable, puede recibir estímulos e impresiones del exterior con tanta facilidad como si poseyera una piel blanda y delicada,…ahhhh..la langosta sueca….L.I.B. Octubre 2008

postal superficial:Aix en Provence, Francia.
Conozco la ciudad que tú no conoces. Tú, luz diurna que manchas de amarillo las viejas escenas urbanas alojándote en azules. En mi caso no hay luz, hay luces, nocturnas, muchas, de colores, de Navidad, de ferias, de restaurantes con menús provenzales. Hay calles y plazas irregulares iluminadas de forma regular, torres iluminadas desde abajo con luz blanca, iglesias negras oscurecidas con luz de velas, terrazas con toldos para protegerse del frío, chupitos como aperitivos, rubias generosas, sonrisas heladas, cafés cerrados…Amo la ciudad invertida, de luces invertidas, de temperaturas invertidas, de costumbres invertidas…Pas de pain!!!…eso sí…si no hay pan…me voy!!!. L.I.B. Septiembre 2008

Hace una semana Mario Vargas Llosa ganó el premio Nobel de literatura y Cecile su apuesta. Le escribo un email reconociendo su victoria y me comprometo a cumplir lo acordado en París hace siete años. Le debo un bocadillo, nuestro favorito. Lo tomaremos donde siempre, en nuestras sillas del Jardín de Luxemburgo, estoy seguro de que siguen allí, esperándonos en la misma posición que las dejamos el último día. Cecile no contesta el email, estoy acostumbrado, no le doy importancia.
Esta mañana recibo una carta de París, es de Cecile. Me manda una foto suya en el Festival de cine de Cannes, y me escribe comunicándome su defunción, describiendo sus virtudes en vida. Yo castellano, acostumbrado al luto y al llanto en los entierros me ponía enfermo cada vez que Cecile hacía una gracia con un tema como el de la muerte, ella insistía, le encantaba hacerme rabiar. “No ha cambiado”, pensé, “cómo me conoce”. Le contesto de la misma forma, escribiendo a mano una carta, creo que hace años que no lo hago, no sé por dónde empezar. Decido abrir una carpeta con recuerdos, repaso las notas que me metía por debajo de la puerta todas las mañanas.
Cecile y yo fuimos vecinos en una residencia en el centro de París en el verano del 2003 durante 14 días. La conocí una tarde mientras yo intentaba traducir un texto del francés en mi habitación. Mi puerta estaba abierta y ella pasaba a tirar la basura y le llamó la atención un plano de París gigantesco que tenía colgado, marcado con varias rutas que salían de la residencia como los radios de una bicicleta hasta la periferia. Cada ruta tenía una fecha, un horario, y unos edificios a visitar. Entendió que yo debía ser arquitecto o estudiante de arquitectura:“Los arquitectos, solo pensáis en arquitectura”, dijo. “Gilipollas”, pensé. Había entrado en mi cuarto sin llamar, sin saludar, sin presentarse, y encima la bolsa de basura goteaba ligeramente. La miré e hice como que seguía con mi traducción hasta que se fue.
Fui a París con la intención de aprender francés. A los pocos días me di cuenta de que aprendía mucho más fuera de las aulas. Me hice unas rutas que encadenaban lugares de interés para mí. No edificios de arquitectos, sino lugares, espacios de películas y de directores, de novelas y escritores, de ensayos y filósofos, de fotografías y fotógrafos, de pinturas y pintores…Estaba convencido que experimentando estos espacios entendería mejor las obras y a sus autores.
Dos días después llamaron a la puerta, ahora ya cerrada, mi miedo a que se colara gente como Cecile era mayor que mis ansias de establecer comunicación. Abrí, era ella: “Sé que hoy vas a hacer la ruta por Montparnasse, me apetece acompañarte, parece interesante, por cierto, soy Cecile”, y me cogió la mano y la estrechó. Le di dos besos, “Te jodes” pensé, “en mi país se dan dos besos que no comprometen a nada”. La verdad es que no me apetecía nada irme con ella a ningún sitio, era una auténtica imbécil, pero esta vez no pensé con la cabeza, ni con el corazón, estaba guapísima, le dije que sí.
Cecile tenía unos ojos claros y una sonrisa fascinante, ambos coordinados perfectamente; cuando sonreía, los ojos empezaban a achinarse, hasta que desaparecían cuando su boca tomaba todo el protagonismo en la carcajada, y al revés, cuando se sorprendía, los ojos se hinchaban e inundaban de luz la habitación mientras su boca se empequeñecía intentando pasar desapercibida. Su cuerpo dominado por la curva, perfectamente proporcionado era generoso donde tenía que serlo. Cecile odiaba su belleza, su cara y su cuerpo. Se maquillaba intentando desequilibrar sus facciones, domesticaba la fuerza de su melena morena con moños, pinzas, horquillas, plegados imposibles, negaba el atractivo de su cuerpo vistiendo ropa holgada, ropa de hombre, toda aquella ropa que no permitiera acotar su cuerpo y juzgarlo.
Aquella mañana, Cecile apareció con la cara lavada, y con un jersey de punto fino y un pantalón pirata, ambos ajustados. Le dije que sí. Comenzamos la ruta, se esforzaba por caerme bien, y sabía mucho más que yo de los espacios, las obras y los autores que visitábamos, aquello me sorprendió, se explicaba con una familiaridad extraña, como si los conociera de toda la vida, como si todo aquel conocimiento lo hubiera adquirido de una forma natural. Después entendí que ella era francesa y yo español, que para ella el conocimiento y el debate era algo ordinario. Cecile hablaba español bastante bien, era de Marsella, y había crecido con españoles. Yo seguía hablando muy mal francés, aunque lentamente mejoraba. Tras la ruta le acompañé a su cuarto, me despidió con un beso y un portazo.
Los días, las rutas, y las conversaciones pasaban. Mi memoria era visual, la suya era literaria. Yo me había formado con los videojuegos y la televisión, ella con los libros. Cuando llegábamos al lugar yo analizaba si se parecía al espacio por mi imaginado, ella situaba a sus personajes en ese espacio, imaginaba la escena, y disfrutaba cuando descubría que era coherente. Yo pensaba en espacios, ella lo hacía en personajes. A ella le apasionaba la literatura hispanoamericana y a mí la francesa. Apostamos a quién le darían antes el Nobel a Vargas Llosa o a Proust, ella tenía todas las de ganar, por eso solo aposté un bocadillo. Intercambiamos autores, pinturas, citas, reflexiones, películas… Discutíamos y nos reíamos mucho. Éramos muy distintos. Ella vivía la vida como una película, todo tenía algo de interesante, todos eran personajes con un interior escondido, apasionante, lleno de sorpresas. Yo sabía que la vida real y la imaginada no tenían nada que ver, era mucho más pragmático. Cecile se enfadaba muchísimo cuando veía que podía dedicar una gran cantidad de tiempo a hacer actividades que simplemente eran útiles. Yo era más responsable y no me costaba mucho cumplir con mi obligación. Ella se rebelaba ante todo, hasta que entendía que era ridículo rebelarse por rebelarse. Pasábamos tardes enteras encerrados en mi habitación, y cada noche, Cecile me premiaba dejándome ir algo más allá del beso, para lo revolucionaria que era en la mayoría de las cosas, era tremendamente clásica en los temas de seducción, marcando sus distancias, sus protocolos.
Los dos sabíamos que aquella noche era nuestra última noche. Durante nuestro último paseo no dijimos una sola palabra. Estábamos a gusto incluso sin hablar. Por primera y última vez pasamos la noche juntos en mi habitación. Cuando desperté ella ya no estaba. En su habitación sonaba “Always on my mind” cantada por Elvis Presley, y de repente, paró. Un portazo, y sentí como se acercaba a mi puerta y metía por debajo su última nota. Esperé a que se fuera. La leí, le contesté con otra nota y me fui. Dejé Paris. Intercambiamos emails, y nos escribíamos, cada vez menos, hasta que solo fuimos una dirección más en una lista de correos.
Todos estos recuerdos me permitieron contestar su carta, escribiendo, despacio, y sin corregir una sola palabra. Creo que ahora escribo un poco mejor que entonces, espero que ella haya mejorado sus dibujos. Terminada la carta busco su dirección, su carta no tiene remite, busco en internet su nombre completo. Me lleva a la noticia de una desaparición, pincho, por si fuera ella, y allí aparece su foto del Festival de Cannes. La noticia cuenta que Cecile lleva desaparecida dos días, me parece poco tiempo siendo ella. Cuentan que es funcionaria del Ministerio de Cultura de Francia, (me hace gracia sabiendo el odio que tenía a los funcionarios de su país, especialmente a los de cultura), y que trabaja en Marsella, y que su novio, hace dos días que no la ve. Pienso en por qué los novios de mujeres tan inteligentes como Cecile tienen siempre una pinta inconfundible de calzonazos. Me doy cuenta de que en “noticias relacionadas”, aparece la noticia de que la han encontrado.
Cecile había cogido un tren, y había tardado dos horas en llegar a su destino. Se había dedicado a pasear por una zona espectacular de acantilados. Sigo leyendo y empiezo a preocuparme, el tono de la noticia cambia. Había ido a un punto específico que parecía que conocía bien, el punto más alto de la zona, y un punto al que solo se iba para una cosa, para matarse.
Mis pulsaciones empiezan a dispararse, se me corta la respiración, empiezo a sudar y sigo leyendo, Cecile estaba muerta. Se había suicidado en uno de los muchos lugares que planeamos visitar juntos. Me levanté, no entendía nada, no me creía nada, “debe de ser otra Cecile”, pensé.
Me senté y seguí leyendo con detenimiento, buscando el dato que me dijera que aquella no era mi Cecile. Fue entonces cuando leí los extractos de sus diarios que aparecían publicados. Era ella. Me conocía al dedillo su forma de escribir, durante catorce días y aunque era muy celosa de su intimidad me leía sus escritos y los discutíamos, confiaba en mí. No entendía como habían podido publicarlo, hasta que me enteré que sus diarios estaban en casa de una amiga, que le había prometido no exhibirlo bajo ningún concepto. Su amiga se derrumbó ante la presión policial y confesó que los tenía, del resto se encargaron los periodistas. ¿Y entonces?, la carta que me escribió, cuándo la envió. Revisando la carta me di cuenta, que no la firmaba ella, la firmaba su padre, en mi primera lectura solo me fije en el apellido. La carta era real, hablada de una defunción real, la de su hija. Poco tiempo después me enteré que es una costumbre muy común en Francia comunicar las defunciones a los amigos y conocidos con cartas escritas a mano. Supongo que los padres encontraron mi nombre y mi dirección en algún sitio.
Decidí entonces que debía hacer desaparecer todos los recuerdos que tenía de ella, debía salvaguardar su intimidad, y a mí, desde luego, ningún policía ni periodista me iba a intimidar. Lo quemé todo, y antes de echar el último sobre, la última nota que me escribió el último día, lo abrí y lo leí por última vez: “Luis, prométeme que hablarás de mi, de ti, de lo nuestro, de nuestra muerte, de nuestros sentimientos. Cecile”. Yo le contesté de la misma forma: “Lo prometo, Cecile. Y lo prometido es deuda. Luis”.
Me asusté, demasiadas casualidades, había olvidado ya lo que ponía la nota, lo recordaba simplemente como un juego inocente. A Cecile le encantaba retarme. Sabía que no me gustaba hablar de la muerte, ni de cosas tristes, ni por supuesto de mis sentimientos, y mucho menos en público. Ese fue su reto final, superar todo eso. Me la imagino ahora desafiante, mirándome fijamente, con el cuello tensionado, la barbilla levantada, sonriendo y entornando los ojos, ¡que teatrera era!. Pues ya lo he hecho Cecile, y creo que no tan mal. He hablado de ti, de mí, de lo nuestro, de tu muerte y de nuestros sentimientos, y en un medio mucho más público que un periódico, una red social, donde la mayoría de los que te leen te conocen. Deuda saldada. Me quedo más tranquilo. Sigo mi camino pensando que mereció la pena conocerte, Cecile. On y va.
L.I.B. 14 de Octubre de 2010

Postal superficial: Arroyomuerto.
En Arroyomuerto no ves…tocas,…hueles…oyes…saboreas…En Arroyomuerto no ves, sientes…No ves carretera, sientes frenazos que revelan acentuadas topografías. No ves pájaros sientes piar. No ves suelo, sientes las quejas de las hojas secas. No ves perros, sientes ladridos. No ves vacas, sientes cencerros. No ves musgos ni líquenes, sientes la humedad en tus retinas ya empañadas. No ves luz, sientes el calor del rayo inquisitivo. No ves vino, sientes los aromas de la última copa. No ves árboles, sientes las batallas de sus hojas contra el viento. No ves castañas, sientes como maduran, caen y estallan en las brasas y en tu boca. No ves hamburguesas, sientes carnes que te visitan directamente desde el matadero para engrasar tu comisura. No ves pan, sientes la masa esponjosa de la hogaza. No ves amigos, sientes risas que el eco te devuelve en carcajadas. No ves arroyo muerto, sientes la vivísima corriente, que burla pozas, presas, regadíos…, y que te enseña que, a veces, se ve más y mejor siendo ciego. L.I.B. Noviembre 2009

Nadja. André Breton.1928.
De pronto, cuando aún se encuentra a unos diez pasos de mí, me fijo en una muchacha, muy pobremente vestida, que viene en sentido contrario y que, a su vez, también me ve o me ha visto. A diferencia del resto de los transeúntes, lleva la cabeza erguida. Tan frágil que apenas se posa al andar. Una imperceptible sonrisa atraviesa tal vez su rostro. Curiosamente maquillada como si, habiendo comenzado por los ojos, no hubiera tenido tiempo de acabar,con la raya de los ojos demasiado negra para una rubia. Sólo la raya, y de ningún modo los párpados (un brillo así se consigue, y sólo se consigue, repasando cuidadosamente el lápiz únicamente bajo el párpado)…La observo mejor. ¿Qué traslucen sus ojos que resulta tan extraordinario? ¿Qué se refleja en ellos, oscuramente, de infelicidad y a la vez, luminosamente, de orgullo?. Me dice su nombre, el que ella misma ha adoptado:”Nadja, porque en ruso es el principio de la palabra esperanza y porque no es más que el principio.

Una postal superficial es la descripción de una ciudad a través de primeras impresiones, imágenes automáticas, intuiciones… adquiridas en una visita rápida.
Postal superficial: Gerona.
El aeropuerto quiere ser parking, y la ciudad, candada, se abre con la obra de Eiffel, puente que aspira a levadizo, de cadenas traccionadas, recién enrojecidas. La muralla quiere ser fachada, multicoloreada, de algún pueblo pesquero, y el río, que es su foso, reivindica ser también su espejo. La plaza de la catedral quiere ser escalinata, grada agradable, pasarela, donde si subes lo ves todo, donde si bajas no ves nada… La balaustrada, cosida con bolardos, destroza a los skaters sus tobillos, y de paso, su belleza. La torre de la catedral mató a la otra torre, porque no quiere ser torre, quiere ser faro, y faro solo hay uno. La catedral, humilde y orgullosa, llena de cicatrices marcadas por la historia, quiere ser tan solo ermita. La Filmoteca, de triste monocromo, quiere que de un cartel de concierto aplazado salga Lourdes, pintándola de Russian Red, blanqueando de “iniesta” su piel tatuada, afeitando su barba de tres días, alegrando su pose pesada, fumada, reflexiva… anulando a sus “anti-todo” y sus “pro-nada”. La judería quiere fortalecer tus cervicales, y los pavimentos las plantas de tus pies, como las fortalecen los accesos a las calas, ahora arena seca…allí arena mojada de agua dulce, aquí, de agua salada…luego roca, y más allá, canto rodado… La ronda quiere estar abierta, porque siempre está cerrada. Los estudiantes, noctámbulos, quieren hacerte creer que estudian, llenando de olor a café todas las calles. Los muros, fuertemente texturados, quieren ser pavimento, y que la luz los acaricie, pero que ni se le ocurra reflejarse. Las calles estrechas, verticales, luchan por el primer plano, abriendo el cielo, cerrando el horizonte. El espacio público, perfecto en su diseño, quiere alojarse en zaguanes, soportales, patios interiores, jardines ricos, de mil verdes diferentes. La Rambla acogedora, con su rutina laborable, quiere huir a Barcelona, a ensanchar su mirada, a buscar su anonimato, a coger aire… Los camareros, argentinos, hartos de solo coger aire, quieren perder su acento hablando catalán. El catalán rico en matices y expresiones, cortando las palabras, dulcificando los agudos, quiere mirar más a Francia y menos a Castilla. Los tomates, pimientos, bacalaos, melocotones, llonganissas, cavas… no quieren nada, porque lo tienen todo. Los gironeses, de largos cuellos, de facción redondeada, de flequillo “a lo amelie” o rapaos “a lo guardiola”, de aire informal, de elegante movimiento, de gesto educado, de humilde orgullo, solo quieren hacerte sentir que esta siempre fue y será tu casa…nunca he tenido tan buenos anfitriones…me marcho emocionado y me despido, ciudad de gente inteligente...

Eva Green: la cara es el espejo de la inteligencia en las actrices francesas.
Eva define su carácter a través de su exterior, se llega al atractivo de su personalidad por la foma de caminar, de maquillarse, de reir, de mirar, o de sorprenderse…porque la belleza está en el exterior. Tanto Deleuze con su “máquina de rostrosidad” como Bergson con su tratado “La risa” de 1900, nos alertan del peligro de la mecanicidad en los gestos que amenaza nuestra sociedad, y que denotan individuos prácticos, ejecutivos poco dados a la reflexión. Se debe para ello ser superficial observando y admirando el culto al gesto espontáneo, reflexivo, cómico, inadaptado y sobretodo inteligente de las actrices francesas, porque como cita el caballero Tristam Shandy: ”La seriedad es un continente misterioso del cuerpo que sirve para ocultar los defectos de la mente”.