Atardece en el estudio, en Salamanca.
Se levanta un inmenso ventanal. Me dedico a jugar a lo que yo denomino “lanzarme a la calle”. Pego la nariz contra el cristal del ventanal y, mentalmente, me dejo caer. Salamanca está lejos: antes de estrellarme contra el suelo, me da tiempo a ver muchas cosas.