Leemos con los ojos. De la abundante literatura que se ha consagrado a tal cuestión desde principios de siglo (Yarbus, Stark…), los ojos no leen las letras, ni las palabras,las líneas una tras otra, sino que proceden por tirones y fijaciones, explorando simultáneamente la totalidad del campo de lectura con una redundancia obstinada: recorridos incesantes puntuados de detenciones imperceptibles como si,para descubrir lo que busca, el ojo debiera barrer la página con intensa agitación,no regularmente,a la manera de una antena de televisión (como podría hacer pensar la idea de barrido),sino de manera aleatoria, desordenada, repetitiva. Leer es ante todo extraer de un texto elementos significantes, migajas de sentido,algo así como palabras clave que destacamos,comparamos,encontramos.Se trata en cierto modo, de aquello que los teóricos de la información denominan reconocimiento formal: la busqueda de ciertos rasgos pertinentes permite pasar de esta sucesión lineal de letras, de espacios y de signos de puntuación que es ante todo un texto a lo que será su sentido cuando hayamos advertido, en diferentes etapas de la lectura, una coherencia sintáctica, una organización narrativa y lo que denominamos«estilo».